jueves, 25 de septiembre de 2008

Siempre tan oportuna...

Llevo unos días apartada del mundo de las letras. En parte, porque tengo la sensación de no tener nada que contar y, lo que podría ser interesante leer, no quiero exponerlo al universo de la red. Sin embargo, las ganas de escribir (esa extraña sensación de que algo falta, algo se muere en tus dedos, algo se malgasta cuando no lo compartes) me pueden y vuelvo, como no podía ser de otro modo.

No estoy en un momento glorioso emocionalmente pero, como eso ya es costumbre, me apetece compartir otras cosas. He tenido visita de mi hermana y su novio y hemos disfrutado de las tradicionales cañitas de La Latina, de la terracita y de nuestro habitual ritmo de vacile con el que ambas nos retroalimentamos.

La llegada tuvo, cómo no, su punto surrealista, obviamente aportado por mí. Llegaron de madrugada y yo había ido a cenar fuera. Pensé que, como buenos forasteros, se perderían al llegar (que es como tiene que ser) y me avisarían cuando estuviesen cerca. Pero no. Así que, mientras tomaba un vinito tranquilamente en buena compañía (tremendo pedazo de compañía…), me llaman que ya están casi en mi casa. Salgo disparada y les digo que esperen en la gran y solitaria avenida paralela a mi calle donde les saldré al encuentro en coche.

Allá voy, rauda y veloz por la m-45, llego a calle en cuestión y veo, parado y con las luces puestas (aunque ya no estoy muy segura…) un coche. Un solo coche. Así que, no corta ni perezosa, les hago luces, me paro delante, les hago señas de que me sigan… Y nada. Un poco extrañada, llamo a M. para que se dé cuenta de que soy yo y que me sigan con su coche… Y nada.

De pronto, el coche de atrás pasa delante de mí, despacio, mientras sus viajeros me miran con cara de… ¿culpabilidad? Por supuesto, no eran mis amigos, así que me disculpé y se marcharon.

Unos segundos después mi cerebro empezaba a articular una teoría al tiempo que me sentía mezquina por tener la clara sensación de acertar. ¿Qué leches hacía a las cuatro de la madrugada un coche aparcado en una avenida en la que no hay NADA? Me pongo a pensar en el aspecto de la pareja. Ella era una rubia entrada en años y escasa de dientes y él… el clásico cliente de parada en avenidas de madrugada…

Imposible describir las burlas de las que fui objeto por parte de mis queridos amigos (que estaban más adelante, fuera del coche haciendo señas). Que si me había cargado la mamada del pobre hombre, que si le había fundido el negocio a la pobre mujer, que si pensarían que era la Policía u otra pilingui dispuesta a unirse a la fiesta… Lo malo es que tenían razón, los condenados.

Yo no sé cómo me las apaño para meterme en estas situaciones tan raras, la verdad. En fin, queda para el anecdotario de la náyade despistada e inoportuna. Está claro que les di un buen susto. O un subidón.

Vete tú a a saber…

martes, 16 de septiembre de 2008

Regreso a las mazmorras

Cuando era una niña, mi vida no era un cuento de hadas pero me aseguraron que de mí dependía que lo fuese. Me prometieron que crecería y me convertiría en la protagonista de mi propia historia. Me contaron muchos cuentos.

Cuando era una niña me aseguraron que, de la pequeña oruga que entonces era, nacería una hermosa mariposa y me transformaría en princesa. En mi cuento, las cualidades de la princesa no eran sólo su belleza, es más, ésa era la menos importante. Una verdadera princesa debía ser inteligente, valiente, tolerante, tierna y apasionada, amante y amada. Sería una princesa moderna, como buena Leonor, una mujer fuera de su tiempo. Sería luchadora y poderosa, impermeable al desánimo, ingeniosa y culta.

En mi cuento, lo que hacía valiosa a la princesa era su corazón sensible, generoso y selectivo, su alma inmortal y grande, su fuerza. Todos estos dones la harían digna de ser amada por el príncipe que la esperaba, en algún lugar fuera de su castillo.

Creció la pequeña Leonor en tamaño y dones. Me aseguraron que el exterior es un bien perecedero y sin importancia pero, aún así, Dios me regaló un cuerpo hermoso. Me habían explicado que había nacido para ser amada algún día por un príncipe que pudiese ver dentro de mí, mucho más allá de mi envoltura física. Sería un príncipe que me respetaría y admiraría _como yo a él_, me haría feliz (sí, aún creía que se podía ser feliz, aunque fuese a ratos), me regalaría ternura y pasión, me cuidaría, me acunaría en sus brazos cuando los malos tiempos cubriesen de nubes oscuras el cielo que debería ser azul.

No me contaron que la princesa del cuento de los hombres era muy diferente. Debía ser “adecuada”. Vivir en la edad y el momento preciso toda su vida, en perfecto orden y sin emociones. Sin riesgos, sin demasiadas expectativas. No me contaron que no sería mi espíritu el que hiciese que mi príncipe me descubriese sobre todas las demás. No me contaron que mi misión en la vida era prolongar la estirpe de otros cuerpos. No sabía que no eran mi alma y mi corazón lo más importante a la hora de ser elegida. No esperaba que apareciesen tantos sapos que me hiciesen pensar que yo era la que no servía.

En el cuento de la vida real, el príncipe te deja pasar porque no puedes asegurarle el futuro, porque no quiere vivir el presente, porque tu cuerpo y tu vientre y lo que puedan ofrecer valen mucho más que toda el alma infinita que quisieras entregar. En la vida real, el príncipe tiene miedo, te quiere joven, insegura, fértil como las vacas.

En mi cuento, la princesa era amada de verdad después de muchas dificultades pues su príncipe veía más allá de sus ropajes de cenicienta. Le aseguraría que no sería uno más, que estaría cerca. En la vida real tengo el pie demasiado grande. O demasiado pequeño.

En la vida real no existe más princesa que Leticia, cuya principal misión en la vida es procrear. Yo no soy una princesa, ni siquiera una mujer por la que alguien apostaría, no digo su vida, sino sólo un trocito de ella. En la vida real no existe ningún príncipe para mí.

Porque todo era un cuento de hadas. Y las hadas, las princesas y los príncipes, al igual que los Reyes Magos, no existen. Yo me hubiera conformado con ser humana y ser amada. Pero eso es otro cuento.

Como no vendrá ningún príncipe a rescatarme y la experiencia demuestra que abrir el corazón sólo sirve para que te lo rompan, regreso a mis cuarteles de invierno. No lucharé más contra los elementos esta campaña. Me pondré mi armadura, me atrincheraré en mi castillo y no saldré más.

Como buena Leonor, conozco mi lugar y lo ocuparé con dignidad.

Aunque para ello tenga que congelar mi corazón.


jueves, 11 de septiembre de 2008

Con el dedo y el bolsillo rotos

Me he roto un dedo. Sí, eso, un dedo del pie, el meñique, por más señas. Como no podía ser menos en mi caso _que me pasa de todo y en el peor momento_ ha sido justo cuando me tocaba a mover el culo (y los pies, claro). La coña es que fue durante el cumpleaños de mi hija. Quince niños correteando como locos, chillando, tirándose bombas de agua y la que se rompe el pie… soy yo. La verdad, es que no me sorprende. Qué pedazo de ceniza soy.

Pues nada, eso, que el dedito en sí es una tontería pero me duele, ando por ahí cojeando y esquivando aterrorizada a las madres histéricas y niños con trollers que amenazan la integridad de mi ya media escacharrada falange.

Me he pasado el verano tocándome las narices y, ahora que se reactiva el mercado y aparecen entrevistas… ¡Zas! Tullida. Qué cruz, señor, qué cruz.

La vuelta al cole es siempre un momento entrañable. Uno de esos días en que te acuerdas de tus humildes orígenes y que no todo en la capital es mejor. Un ejemplo claro es el tema de la educación. En Madrid, los colegios públicos están totalmente dejados de la mano de Espe, que como salta a la vista fue a un colegio de monjas de esos caros cuando aún era una pija pequeñita, allá por el cenozoico. Ahora es una señora marquesa (su maridito tiene título) y, claro, eso de los centros públicos es una ordinariez.

Así pues, ante la falta de recursos para la educación gratuita, el ambiente en estos centros de la Comunidad de Madrid ha degenerado hasta convertirlos en auténticos guettos de grupos sociales no demasiado recomendables. Consecuencia: si quieres que tus pequeños roedores se eduquen en un ambiente “normal” y con recursos, tienes que decantarte por las escuelas concertadas. En Madrid, concertado no significa lo mismo que en Galicia. En Galicia, un colegio concertado es igual que uno público a efectos de gastos. No pagas y punto, lo paga la Xunta de Galicia en lugar de crear uno de “producción propia”. O se paga una cifra simbólica.

En Madrid no tiene nada de simbólica la cosa y, para más inri, el de mis hijos es, directamente, caro. El comedor más caro, la donación “voluntaria” más cara, los libros más caros, las actividades más caras… Eso sí, el colegio es fantástico, de lo mejorcito de Madrid pero, para ser concertado, una pasta gansa.

En Galicia los libros son mucho más baratos o gratis (se reutilizan). En Madrid dan un cheque de ayuda en algunos casos pero sólo resta un poco del pedazo de sablazo que vas a sufrir. A saber: el coste de los libros de dos niños de segundo y tercero de Primaria es de 400 euros. Barato ¿Verdad?

Esto sin sumar los gastos de comienzo del curso: material, gabinete médico, psicológico y la madre del cordero. 175 del ala. Por cabeza. Y sigo sumando…

Yo siempre he apostado por la enseñanza pública pero si no lo hace el Gobierno, los ciudadanos no vamos a reducir la calidad de la educación de nuestros hijos sólo por una cuestión de principios. A mí me cuesta Dios y ayuda mantenerlos en este centro y, si las cosas no mejoran, tendré que buscarme otro. Y eso de que a las dos de la tarde los públicos te pongan los niños en la calle no hace más que subirte los gastos porque los vulgares mortales trabajamos por la tarde así que… a pagar asistenta a precio de oro. O sea, que si estás solo, no tiene remedio.

Así que me he roto el dedo del pie, el bolsillo, el peto y la cabeza buscando formas de pagar todo esto sin arruinarme, mientras papaíto no pone un duro y ni siquiera recoge a su niña el día de su cumpleaños porque no tiene dinero para pagarse el autobús… Pobre mío…

Pues nada, que al menos hay entrevistas así que, aunque lo del pie es un problema, los ánimos van mejor pero lejos de cantar victoria. Me cambiaré de sector y probaré suerte en otros campos. A estas alturas lo que me interesa es ganar pasta y ser pragmática.

Así que sin prisa (qué remedio, estoy coja) pero sin pausa, vamos avanzando. E intentando borrar de nuestra memoria las dramáticas repercusiones que septiembre tiene en la economía de nuestra minifamilia monoparental.

Pues que te cunda Espe. Porque nosotros no tenemos ni para empezar…

lunes, 8 de septiembre de 2008

Bon voyage

Hay que ver cómo está el patio. El patio y la calle (muy dura, como siempre digo) pero, algunos, no saben lo cruda que está hasta que se les ocurre liarse la manta a la cabeza y dedicarse a hacer el ridículo en el planeta de los solteros renacidos.

Ahora nos separamos todos. Como diría mi madre, en algunos casos porque no aguantamos nada (ellas lo aguantaban todo) y, en otros, porque el matrimonio se vuelve inaguantable. Pero lo peor, sin lugar a dudas, es cuando descubres que te has pasado la tira de años viviendo con el Doctor Jeckyll y Mr. Hyde. Y eso suele pasar cuando descubres la quemaduras de tercer grado en ese brazo que un día dijiste _estúpida de ti_ que pondrías por él en el fuego. Y lo hiciste, porque algunas, también, somos mujeres de palabra. Así que, encima de compuesta y sin pareja, te quedas con el brazo carbonizado y la autoestima por los suelos.

El proceso es digno de ser estudiado pero no por los psicólogos. Desde mi punto de vista ,se mezcla entre la sociología y la psicopatía. Cuando el que durante años durmió a tu lado pasa de ser un desconocido a un enemigo… “Houston, Houston, tenemos un problema”.

Y todo lo que creías saber, ha desaparecido. Aquel tipo leal, que presumía de mujer, que te hacía sentir la reina del mambo, se dedica ahora a hacer el ridículo con niñatas sólo para alimentar su patético ego. Pero lo más patético no es eso. Lo patético es que socialmente es casi… “natural” que un hombre pierda la neurona que tenía y la deposite en su polla (que, a estas alturas, funciona regulín, regulán) y lo flipe con una tía que tiene tan buen cuerpo como escasa experiencia, tablas y el fascinante cerebro de una mujer valiente y experimentada.

Aquel tipo que tenía la cabeza sentada y admirabas tanto es, de pronto, un petimetre que se dedica a saltar alrededor de las veinteañeras y a ponerse y ponerte en ridículo. A él, por memo, y a ti, por soportarle. Las nenas responden de maravilla ante los casaditos que las pasean en un buen coche, las llevan a cenar a un restaurante donde los niñatos que frecuentan no sabrían ni qué cubierto elegir (al igual que ellas) y ya, con un regalito, las tienen con las bragas en la mano. Y se creen los castigadores del mississippi. Penoso.

Además, por supuesto, la culpa siempre es nuestra. Necesitan nuevas sensaciones porque no les aportamos novedad. Eso mismo pensamos nosotras pero porque no se les levanta como es debido y, para más inri, logran convencerte de que la culpa es tuya, que no le das todo lo que necesita. Si se agobian porque quieren ir con sus amigotes, les quitamos aire, necesitan espacio. Eso sí, con nosotras en la puerta que para eso ya se sabe: una señora en casa y una puta… en los bares.

Lo malo es que los restos de la batalla casi siempre los recogemos nosotras. Sí, nosotras somos las que tenemos que mentirles a los niños y decirles que papá les quiere mucho (aunque se haya largado sin despedirse a “despejarse” con alguna desocupada), que a nosotras también, que nos hemos enfadado pero es un tipo estupendo. Y mentir como cosacas cuando el viajecito de placer no se acaba nunca y hasta los críos se mosquean.

Y no digo nada de cuando entramos en el tema económico. Hagan juego, señores, que aquí se va a liar la parda. De pronto, todo es pasta. Y sí, sé que muchas mujeres son auténticas arpías y les sacan la sangre a los susodichos pero me encantaría ver una estadística de las que nos quedamos tiradísimas por tipejos que se consideran superpadres por saber cambiar un pañal o llevar los niños al parque. Eso sí, cuando se separan, eres un bicho que les saca su dinero. No la chacha, madre, profesora de apoyo, educadora, cuidadora, enfermera y trabajadora que los saca adelante mientras ellos pagan, de mala gana, cifras ridículas “para que coman”.

De pronto, papi sólo piensa en seguir viviendo bien, en que alguien le prepare la comidita y le caliente la cama, en que no le saquen los cuartos que necesita para ir de copas porque ha vuelto al mercado y las nenas son menos impresionables ante las canas si no van acompañadas de un buen nivel de vida.

No me dan ninguna pena. Me dan asco. Este post es sexista, sí. Pero que levante la mano el que pueda decir que no conoce un solo tipo que no hay montado uno de estos numeritos a expensas de una pedazo de mujer que le queda grande por los cuatro costados.

Tal vez la naturaleza sea sabia, al fin y al cabo, y los devuelva a su destino natural: las dos neuronas que buscan tras dos tetas. Pero las tetas de niñas sólo son eso, tetas. Y para cuando descubren lo que se han perdido lo han destruido todo.

Y, entonces, es cuando nos dejan ir. Y se pierden para siempre.

Pero... ¿Y si fuese una suerte?

Por las dudas, bon voyage, neurona flotante...

domingo, 7 de septiembre de 2008

Salir corriendo

Tengo la cabeza y el corazón revueltos. Lo sé, lo sé, no es una novedad pero hace mucho que me repito por estos pagos y también sé que me aceptáis como soy.

Sentir o no sentir, he ahí la cuestión. Mi rocambolesca existencia me lo pone todo difícil, incluso a la hora de estar con personas que podrían encajar conmigo pero mis propias circunstancias les ponen en guardia. Y no los culpo. Yo misma me pongo en guardia por mucho menos.

Así que la preocupación eterna es… ¿Me arriesgo a dejarme llevar a sabiendas de que no soy _aunque sea por circunstancias pero es que yo soy yo y mis circunstancia_ el ideal de quien se cruza conmigo o me quedo a salvo en tierra de nadie? ¿Debo, pues, alejarme de las dificultades y apostar por caballos más seguros? ¿O simplemente debo resignarme a esperar a que alguien me despierte del sueño como la Bella Durmiente a sabiendas de que los caballeros andantes hace mucho que se extinguieron de la faz de la Tierra?

¡Ay, por Dios, qué complicado es y parece todo en este puñetero universo de los sentimientos! Mi instinto de supervivencia me grita que salga corriendo, como en la canción de Amaral. Mi espíritu de aventura y de negarme a rendirme por definición me dice que juegue mis cartas, que de amor ya no se muere nadie, que lo que parece normal deja de serlo de un día para otro y se empeña en creer en los milagros. Aunque la experiencia me dice que éstos rara vez se producen y mucho menos en los alrededores de mi casa.

Esto de ser el peor partido de la mitad norte pesa como una losa. Y es una pena, la verdad. Porque sigo siendo atractiva, graciosilla, ligo mucho y esas cosas. Si fuese “normal” probablemente hace mucho que hubiese encontrado a mi medio limón. Pero como soy un bicho raro y mi vida es un sindiós no hago más que perder oportunidades. O las pierden ellos, vete tú a saber.

Ahora me toca empezar la novena para encontrar un trabajo digno. O indigno, si llega para pagar las facturas. Pero es tan bonito que alguien te arrope… Que te den unos mimos y un poco de estupidez transitoria… Y no hay manera, tengo que ser autosuficiente me guste o no. Luego tengo que oír que los tíos las prefieren más suavecitas más protegibles.

Pues bien, me declaro especie en extinción que debería ser protegida y ya que las instituciones no están por la labor, pues que venga un tiarrón que me abarque y me cuide, aunque sea un ratito…

De verdad, malditos, cada día tengo más ganas de hacerme lesbiana.

Porca miseria.

(Obviamente, no hablo de malos tratos pero la letra de esta canción dice muchas más cosas)

lunes, 1 de septiembre de 2008

Mi pequeño héroe del desierto

Han sido estos últimos, unos días curiosos. Días de introspección, de análisis de sentimientos, de emociones desconocidas.

El amor sigue siendo una asignatura abstrusa para mí. No sé cómo se gestiona ni cómo se reconoce. Lo he visto más de una vez en los de los ojos del mismo rostro que se niega a dejarme entrar y, al tiempo, a dejarme salir. Lo percibo en aquellos que nunca podré amar y en los que no sé cómo amar. Me confunde en ésos que dicen sentir rápidamente por casi cualquiera y se resisten a mi paso. Es, definitivamente, un misterio sin resolver. Ciertamente, hombres y mujeres somos tan diferentes que es increíble que nos sigamos encontrando.

Sin embargo, estos últimos días me he vuelto a enamorar. De un amor diferente a lo que conocía. Él tiene el pelo y los ojos negros como la noche y la piel del color del chocolate. Una sonrisa pícara que habla en todos los idiomas y ocho años de edad. Es mi pequeño héroe del desierto. Así le llamo desde que le conocí.

Jabala (como se pronuncia en saharaui) es un niño de acogida que trajo el padre de mis hijos e invitamos a pasar con nosotros unos días. No imaginaba yo toda la alegría y fuerza que me traería ese valiente del tamaño de un niño de seis años, subdesarrollado con motivo de una mala nutrición, extradesarrollado en neuronas, como corresponde a su condición de superviviente.

Jabala come una vez al día en el campo de refugiados del Sáhara de donde viene. Tiene a babá, mamá y tres hermanos más. Es fuerte y duro. Jamás llora aunque se haga daño. Habla poco español pero entiende y se hace entender a la perfección con esa cara inteligente y bonita. Mi héroe aprendió a andar en bicicleta, sin ruedines y sin haber visto una en toda su vida en… ¡Diez minutos! Vuela raudo en su caballo de ruedas, mientras mi amiga y yo corremos enloquecidas temiendo que no frene y se deje los dientes. Él ríe, ríe y para cuando quiere. Nos mira y dice: ¡Ya está! Coge carrerilla y salta sobre el sillín en marcha como los jinetes de las películas del oeste.

Jabala tampoco sabía nadar. Ni había visto agua corriente, luz eléctrica ni mucho menos una piscina. Sonríe feliz chapoteando sin temor. Nunca he conocido una criatura tan valiente. Desconoce el miedo y jamás se da por vencido. Jabala se tira a la piscina como si lo hubiese hecho toda la vida y sonríe satisfecho flotando a duras penas pero, sin duda, flotando. Cuando termina su baño, con una disciplina militar, sube a cambiarse, tiende su toalla y el bañador. Al siguiente baño, vuelve a cambiarse. Las veces que haga falta. Rápido y obediente. Hace su cama, recoge sus cosas. No necesita órdenes.

Jabala me llama “mamá” desde el baño. Y cuando acudo en respuesta al nombre universal me recibe con su sonrisa pícarona, sabiendo que atenderé a esa palabra para él igual que para mis hijos. Come mucho, come muy bien. Todo le gusta. Es un maestro con los cubiertos _que nunca había usado antes_, sigue las normas de la casa mejor que mis pequeños roedores.

Jabala fue el niño más feliz de la tierra bajo los aspersores que regaban el césped del jardín. Jabala disfruta de todo y de todos. Fue un modelo de adaptación para todos los amiguitos de mis hijos que le miraban con curiosidad.

No puedo comprender cómo hay gente que dice ser incapaz de adoptar a un niño o que no es posible quererles como si fuesen de tu sangre. Yo tengo dos hijos de mi propia sangre y, si pudiese, Jabala sería el tercero sin más lazos que los del amor. En tres días me robó el corazón para siempre y se me parte sólo de pensar que el sábado nos abandona y volverá a las penurias, la opresión, el subdesarrollo.

Mi pequeño héroe del desierto es un fuera de serie. Mi consuelo es que sobrevivirá en donde quiera que sea, porque tiene todos los dones que no se pueden comprar con dinero: inteligencia, simpatía, empatía, disciplina, fuerza, valor.

El Indurain saharaui se va, nos deja. Le echaremos de menos toda nuestra vida. Le sentiremos ahora mucho más cerca a él y a todos los de su mundo. Aún así, él es un niño especial. Ni en el Sáhara ni en ningún otro lugar del mundo hay otro como él. Y no es pasión de madre. Es pura, rendida y total admiración.

Hasta siempre, mi pequeño héroe del desierto.