miércoles, 27 de agosto de 2008

Si me dejas ir

Si me dejas ir el presente morirá y la palabra futuro perderá su significado.

Si me dejas ir se romperá para siempre la magia de tus manos y la ferocidad de tus besos. La dama oculta que se atrevió a dejarse entrever, felina, salvaje, sin miedo a las barreras, volverá a la oscuridad y tú con ella.

Los miles de secretos, sensaciones y emociones que estaban reservadas sólo para ti, se secarán sin destino. El pecado dejará de tener sentido si no puedo cometerlo a tu lado. Y el infierno se helará porque todo nuestro fuego se ha apagado.

Si me dejas ir nunca conocerás las tiernas caricias, el suave tacto del amor puro que estaba esperando a que me amaras para darte. No tendrás vidas suficientes, ya no habrá labios lo bastante sensuales para colmar tu pasión, esa pasión que arrancabas a mordiscos de mi cuerpo, ese cuerpo nacido para tu goce y disfrute, para tu uso, para tu abuso.

Si me dejas ir no descubriremos nunca la ternura y la locura que eran nuestras. Nos quedaremos mirando la vida pasar en otros brazos, acallando el dolor, el hambre y la locura en el lugar equivocado.

Si me dejas ir nos rendiremos a la vulgaridad. Nos conformaremos con lo esperado, con lo seguro, con lo previsible. Con tu marcha morirán los sueños, la imaginación, la lujuria, la risa, la complicidad. Morirá todo lo que habíamos creado sin que te dieras cuenta, no nacerá todo lo que estaba gestándose en mi vientre para ti.

Si me dejas ir me perderás. Y yo me perderé contigo.


(Para Crika y el hombre de su vida. Para A. Y para todos los amores eternos que se perdieron por no atreverse a vivirlos)

miércoles, 6 de agosto de 2008

Entre mis recuerdos

Cuando el presente se hace particularmente duro, tengo una natural tendencia a volver la vista atrás, a momentos y sensaciones más amables de ese tiempo pasado que, ahora, parece siempre mejor. Me ha dado por recordar aquellos primeros amores de adolescente que tanto y tan poco nos marcan, todo al mismo tiempo. El primer sentimiento _tan platónico y tierno, visto ya desde tan larga distancia_ tiene algo de irrecuperable, de eterno, un halo de pureza e idealismo que ninguna otra experiencia posterior volverá a ofrecer.

Mi primer amor nació a mis 14 años. Siempre fui una cría muy realista y cabal, motivo por el cual no le consideré un amor hasta que percibí las señales que me había dejado aquel sentimiento a lo largo del tiempo. Mi éxito en el ámbito masculino era más bien discutible: algunos me hacían caso, otros no y lo que estaba claro era que cualquiera de mis amigas tenía muchísimo más que hacer que yo. Por numerosas razones, a saber: tenía un físico aniñado y mientras mis amigas lucían curvas más que generosas yo era una niña delgadita y tímida, sin pecho, culo ni confianza en sí misma. Por otro lado, mi educación hacía lo suyo: casta y pura me iba a conservar yo hasta el matrimonio… (Esto lo fui arreglando con el tiempo pero, entonces, por suerte o por desgracia, creía firmemente que así debían ser las cosas).

El elegido de mi amor lo fue por tenacidad. Estaba yo ocupada mirando a un compañero suyo muy guapo (demasiado para lo que yo podría aspirar en aquel momento). Mi chico era acróbata _sí, sí, como suena_ de un circo de jóvenes mundialmente famoso. Los conocíamos a todos porque su sede estaba en Ourense, donde yo viví unos años.

La cosa no pasó de un beso en la boca (¡El primero con lengua!), unas cartas bonitas y una separación forzosa (se fue a vivir a Madrid). Lo de las separaciones es la historia de mi vida sentimental. Siempre se van o me voy. La cosa es seguir sola. Lo hago fenomenal.

Aunque bebí los vientos por este chico durante AÑOS (sí, es que en el fondo, yo soy una reina romántica, lo que pasa es que me cuido de mostrarlo), mi primer novio fue otro.

S. era mi vecino de la infancia. Ése que te gusta desde que tienes uso de razón y te lo demuestra pillándote siempre al escondite, siendo desagradable cuando llegaba algún chaval nuevo que nos gustaba a todas y haciendo uso de su característica locuacidad, punto éste en el que encajábamos perfectamente porque soy de natural irónico y travieso, como él.

A los catorce también (el verano después de la marcha del acróbata, en el que me pasaba la vida pensando como si eso me lo fuese a devolver), el muchacho se animó. Tenía 17 años y siempre supe que le gustaba (desde… como mínimo, mis siete). Salimos aquel verano y, con esa veleidad de la adolescencia, a los 20 días el pobre ya ni me atraía. Mientras mi otra vecina era un mar de lágrimas porque S. me había elegido a mí, yo no veía la hora de volver a Ourense (íbamos a Santiago en verano) para quitármelo de encima. Pobrecito mío.

Luego, cada verano, reincidíamos y a mí se quitaba el interés al tercer día de liarnos. Todo muy casto, ojo, besitos y palabras bonitas (de él). Finalmente, acabé yéndome a vivir a Santiago, aguanté un año sin pasar por el aro hasta que la soledad (esa compañera mía tan antigua) me hizo doblar y volvimos a salir. Yo tenía 16.

Me pasé un par de años mortifícándolo (no a propósito pero así era). Le abandonaba cada vez que me entraba una crisis existencial y volvíamos una y otra vez. Me quiso mucho S. Tanto, que cuando le dejé definitivamente se portó muy mal y se le aflojaron un par de tornillos. No se lo tengo en cuenta, en realidad, todos cometemos equivocaciones. De hecho, yo le arruiné la excursión de final de carrera porque, tras un numerito de celos, lo mandé al cuerno en mitad del viaje y la cosa alcanzó tintes dramáticos. Hay que reconocer que habría tenido mucha mejor suerte eligiendo a otra.

Nos pasamos años sin hablarnos. Me insultó, me difamó y me persiguió durante un año completo, presa de su despecho y de su desequilibrio. Luego se echó novia y se tranquilizó. Tras dos años de torcerle la cara, comenzamos a saludarnos.

Cuatro años después de romper, pensaba en lo triste y difícil que es sacar de tu vida a alguien con quien has jugado al escondite, a la cerilla, a polis y cacos, a guerras de cartón, a tontear mientras comías pipas o robabas manzanas… Son momentos que se viven con pocas personas y perduran siempre en nuestra memoria. Él creció en el lugar más amable de mi infancia… ¿Cómo sería posible no quererle aunque no le amase como hombre?

Un buen día, nos cruzamos, nos reconocimos y, de modo extrañamente natural, nos besamos y saludamos como si jamás hubiese pasado nada. Nos tomamos un café, nos reímos juntos, mantuvimos esa química que irremediablemente conservaremos siempre y nunca, nunca, volvimos a hablar del pasado para echarnos cosas en cara.

Se casó con su novia un timepo más tarde. Tengo la sana costumbre de casarlos tras estar conmigo y la teoría de que es probable que crean que nada puede ser peor que padecerme a mí… Vete tú a saber. Firmó, no sé si enamorado _tengo serias dudas_ pero sí conforme. Hoy pasea dos hijos y una calva incipiente aunque yo le sigo viendo a sus 21, con un pelo negro espeso y hermoso, perseguido por mis compañeras de instituto cuando yo le ponìa las cosas cada vez más difíciles. Simpático y tierno. Un auténtico seductor.

Nunca le amé, nunca amo al adecuado. Sin embargo, aprendí qué quería en un hombre (ese afán por los detalles, los regalos, las atenciones) y lo que no (que me dejase manejarle como a un monigote: les pierdo el respeto).

Después de él llegaron muchos otros. Sólo uno o dos dejaron señales dignas de ser recordadas. Yo tardé mucho más en encontrar al que se me ocurrió llevar al altar y mucho menos en deshacerme de él (sigue, espero,felizmente casado).

Pero no es posible pensar en el amor y en la adolescencia sin ver su cara, su sonrisa, sus flores y chocolatinas para su niña consentida. Y tampoco es posible creer en el amor sin recordar su entrega y su total claridad de sentimientos.

Así éramos… dos adolescentes descubriendo el amor y el desamor. Cada uno aprendió su propia lección, bien diferente, seguro. Él recordará como parte de su adolescencia a aquella niña puritana, inalcanzable y bonita que permanecerá siempre en su memoria más profunda aunque ni él mismo lo sepa.

Y aquel que me perseguía con manzanas robadas, me miraba a hurtadillas y hacia latir mi corazón y mi rubor cada vez que entraba en escena vive eternamente joven y puro.

Entre mis recuerdos.